Paradójicamente, este tipo de pistolas alcanzó su máxima difusión después de la muerte de la soberana inglesa en 1714. Su característica principal es su cañón desenroscable.
A partir del siglo XVI, fueron muchos los intentos de conseguir un arma de retrocarga que acabara con la engorrosa tarea de cargar y limpiar un arma por la boca, y este sistema fue el único que se mostró verdaderamente eficaz, hasta tal punto, que estas armas se fabricaron durante mucho tiempo hasta que en el s. XIX aparecieron otros sistemas de retrocarga más avanzados.
En el armazón se encuentra la cámara de carga. En ella se introducía la pólvora hasta que quedaba a ras con su borde, de este modo, se tenía la completa seguridad de cargar siempre la misma cantidad, no debiendo medirla cada vez que se procedía a esta tarea. La bala, de forma esférica, se alojaba en el interior de la parte trasera del cañón. Realizadas estas operaciones se enroscaba el cañón y se cebaba la cazoleta, quedando el arma lista para ser disparada.
Con este sistema se logró mayor alcance y precisión, pues la pérdida de gases era prácticamente inexistente y, al ser siempre igual la cantidad de pólvora cargada, el tirador conocía perfectamente el ángulo a disparar.
Se han contado muchas anécdotas acerca de las bondades de este tipo de pistolas. En el libro "Historia de Staffordshire" de Plot, éste narra como el príncipe Rupert atraviesa la veleta de hierro de la torre de la Iglesia de Santa María, situada a una distancia de unos sesenta pies -unos veinte metros- con una pistola Reina Ana, y de como tuvo que hacer un segundo disparo para demostrarle a su incrédulo tío, el rey Carlos, que no se había tratado de una simple casualidad.
El cañón desenroscable de estas pistolas tiene forma cónica y está torneado con anillos como si de una pieza de artillería se tratara, dándole a la boca una forma ligeramente atrabucada. No llevan baqueta, pues era innecesaria y, en el remate de la empuñadura, solía figurar grabada una máscara grotesca que representaba algún personaje mitológico muy al gusto de la época, realizada normalmente en plata.
Está firmada por el armero JOSEPH GRIFFIN de Londres, uno de los más afamados armeros ingleses del s. XVIII. Ostentó el mayor honor que en aquella época se le podía conceder al ser proclamado por Jorge III de Inglaterra Armero Real de la Corte Británica. Su vida profesional fue muy dilatada, estando comprendida entre los años 1740 y 1798. Tenía su tienda taller en la famosa calle londinense de Bond Street, como así figura plasmado en la parte inferior del cañón junto con los punzones del Banco de Pruebas de Armas de Fuego de Londres que entonces estaba ubicada en la famosa Torre.
Los belgas copiaron este tipo de arma en muy pequeñas cantidades a comienzos del siglo XIX, pero sin llegar a conseguir el prestigio internacional de las fabricadas en Inglaterra. De todos modos ya era un arma obsoleta para aquel entonces.