J.M. Firearms Collection

PISTOLA DE DUELO Colección de Jesús Madriñán

Datos técnicos
Anónimo
Lieja (Bélgica)
1840 (aproximadamente)
Percusión
Nogal
Lisa
Durante los s. XV y XVI, los duelos se efectuaban a espada por lo que los contendientes pocas veces contaban con las mismas oportunidades, pues el que no conociera el arte de la esgrima, o sus conocimientos sobre él fueran someros, estaba a merced de fanfarrones que, sabedores de su destreza, retaban a duelo a diestro y siniestro, rematando normalmente el lance con una vida más sobre su espalda para admiración de algunas damas, ya que el duelo solo estaba reservado para personajes de alto rango.

Al hacerse popular el duelo a pistola, se equilibró considerablemente la suerte de los protagonistas, pues uno siempre tení­a más posibilidades de salir bien del trance que con la espada, para la cual, se requerí­a un fuerte y prolongado adiestramiento.

Un experto tení­a buen cuidado de mostrar sólo el lado derecho a su adversario, encoger el abdomen hacia dentro y utilizar el brazo izquierdo como escudo del tórax para presentar el mí­nimo blanco posible y proteger las partes vitales del cuerpo.

Así­, entre finales del XVII y mediados del XIX, los duelos a pistola fueron muy corrientes en Europa, hasta el punto que en los paí­ses donde se solí­an practicar más, se redactaron diversos reglamentos para regular dicha práctica. Los más afamados eran el francés, el italiano, e incluso el
español.

En estos reglamentos, las reglas formales eran muy estrictas, y guiándose por ellas se fabricaron armas especiales para este tipo de lance. Las más afamadas fueron las fabricadas en Francia y Gran Bretaña, que alcanzaron la perfección entre 1770 y 1810.

Durante el siglo XVII, el duelo era una práctica tan común, que se dice que tan solo en diez años fue la causa de la muerte en Francia de más de mil caballeros. El Primer Ministro, Cardenal Richelieu, publicó en un edicto de 1626 que ambos contendientes podrí­an ser castigados incluso con la decapitación.

Las pistolas de duelo debí­an ser rápidas y precisas, ya que las condiciones estipuladas no permití­an a los interesados apuntar deliberadamente al carecer de tiempo para ello. Así­, las bien fabricadas permití­an apuntar casi automáticamente. Para ser perfectas, tení­an que ser como la prolongación del mismo brazo.

La mayorí­a de las veces, el duelo era pura comedia. Los padrinos se poní­an de acuerdo y resultaba habitual cargar las armas con poca pólvora para que el impacto no fuera mortal. Otras veces se disparaba apuntando alto, considerando así­ el honor del ofendido a salvo. No obstante, hubo duelos a muerte, en donde las armas se cargaban una y otra vez hasta que uno de los contendientes cayese muerto o gravemente herido.

Un ejemplo de lo anteriormente escrito es la crónica del famoso duelo entre el escritor Pedro Antonio de Alarcón, director en Madrid del periódico satí­rico de orientación republicana El Látigo, donde atacó a Isabel II, lo que le arrastró a aceptar un duelo a muerte frente al periodista Heriberto Garcí­a de Quevedo en 1856.

"El juez de la contienda, tras revisar la vestimenta de los duelistas para asegurarse de que no vestí­an ropas acolchadas, ni que portaban relojes, carteras o medallas que pudieran servir de defensa contra los proyectiles, les informó de las condiciones del duelo pactadas entre los padrinos de ambos. Este se desarrollarí­a a la voz de mando; así­, una vez colocados los contendientes a la distancia de 30 pasos, él darí­a la voz de fuego y acto seguido tres palmadas espaciadas: entre la voz de fuego y las palmadas, ni antes ni después, levantarí­an sus armas y dispararí­an. El juez les advirtió severamente de que no hicieran fuego después de la tercera palmada, ya que el infractor quedarí­a descalificado, y si hubiera causado la muerte del contrario seria considerado como asesino. Como la falta que motivó el lance habí­a sido considerada leve, no harí­an mas que una descarga, entendiéndose lavado el honor hubiera o no heridos.

Alarcón no tení­a experiencia en el manejo de las armas, pero su contrincante, en cambio, era famoso por su habilidad con la pistola. Alarcón estaba muy nervioso y, a la voz de fuego se precipitó y erró el tiro, entonces su oponente levantó el brazo despacio (a pesar de los avisos del juez que ya habí­a dado las tres palmadas), y apuntó con calma. Alarcón sudaba la gota gorda muerto de miedo y al verlo en tal estado de angustia, Garcí­a de Quevedo pensó que su venganza estaba consumada, así­ que desvió su arma y tiró alto, quedando así­ el honor de ambos salvaguardado".

Oficialmente, el duelo a pistola podí­a dividirse en tres tipos:

1º- El duelo al primer disparo: Éste era el más usual por ser el más fácil de amañar, disparando los duelistas alto no morí­a nadie y el honor de ambos quedaba intacto.

2º- El duelo a primera sangre: Éste finalizaba a la más ligera herida.

3º- El duelo a muerte: Se recargaban las armas y se disparaba hasta que uno de los contendientes cayese muerto o gravemente herido.

Todo estaba previsto; en un manual de la época se puede leer :

"Las pistolas han de ser cuidadosamente examinadas por los padrinos; una vez en el campo del honor los estuches, que deben permanecer precintados, se abren y han de ser cargadas por éstos, entregándoselas acto seguido a los contendientes.

Éstos se alejarán uno de otro la distancia previamente convenida.

Al oí­r la señal, ha de levantarse la mano que empuña el arma, disparando de inmediato. Apuntar cuidadosamente es una acción ruin e indigna de un caballero.

No nos cansaremos de repetir la necesidad de conservar la debida compostura en cualquier momento, incluso si se siente herido uno mismo.

Cuando el ofensor declara noble y lealmente ante los padrinos que no tuvo intención de ultrajar al que se considera ultrajado, la ofensa desaparece y no hay derecho a exigir reparación por las armas".

Las pistolas francesas y belgas solí­an ser de ánima rayada; por el contrario las inglesas no, pues la opinión pública estaba en contra de ello. Algunas tení­an truco y disponí­an de "rayado ciego" que llegaba hasta pocos centí­metros de la boca del cañón, de forma que el ánima pareciera lisa. Fuera cual fuese el cañón, la pistola de duelo debí­a dar en el blanco a una distancia usual de 25 metros.

El cañón solí­a tener una longitud de unos 25 cm, era octagonal y muy pesado para que un tirador muy nervioso, "de gatillo fácil ", tuviera menos oportunidad de errar el blanco. Los cañones eran patinados, para evitar que brillasen; por la misma razón, la armadura de la pistola también estaba patinada aunque decorada normalmente con profusión de motivos ornamentales.

El mecanismo de la pistola era refinado y procuraba dotársele de la mayor celeridad; estudiándose sistemas de ignición, muelles ligeros y gatillos regulables con tornillos, adaptables a las preferencias individuales del usuario, de modo que se disparase bajo la presión deseada.

Estas armas se fabricaban en parejas, presentándose en estuches realizados en maderas nobles. Su interior se dividí­a en compartimientos forrados de tela en donde, además del arma, se incluí­an todos los aperos necesarios para su carga así­ como para su limpieza.

La pistola de esta colección a la que le falta la pareja así­ como su estuche con todos sus acccesorios, fue construida en la ciudad belga de Lieja, como así­ lo atestigua el punzón del Banco de Pruebas de la ciudad que lleva en el cañón.

La llave es tí­picamente belga, decorada con un sencillo burilado floral. Tanto ésta como el cañón -octagonal y muy pesado- van patinados para evitar los brillos. Este sistema se copió de las armas militares, que se pavonaban para evitar ser localizados por el enemigo.

Las cachas de nogal llevan como única ornamentación un granulado en forma de cuadriculado romboidal para ajustarse mejor a la mano. Esta técnica de tallar las cachas se denomina "de punta de diamante" y serví­a para darle al arma mayor adherencia a la mano, evitando en todo momento que se resbalase, sobre todo en unos instantes en los que el sudor estaba muy presente. Algunos armeros la rellenaban con plomo para retrasar el centro de gravedad, consiguiendo una mejor precisión.

En el extremo de la culata se le ha colocado una anilla, señal inequí­voca de que fue utilizada también como arma militar.

En ningún paí­s el duelo fue reconocido como un medio legal de salvar el honor, por lo que los duelistas se citaban en lugares apartados y casi siempre al amanecer, aunque las autoridades solí­an hacer la vista gorda debido a la categorí­a social con que contaban normalmente los duelistas.

Durante el siglo XVIII no se concebí­a un caballero que no incluyese en su ajuar un estuche con una pareja de pistolas de desafí­o.

Los duelos comenzaron a caer en desuso a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con ello la fabricación de los estuches de desafí­o decreció, permaneciendo hoy en poder de los afortunados descendientes como objetos pertenecientes a su histórico patrimonio familiar.

Son piezas de un alto valor económico y muy codiciadas por los coleccionistas.