Trepando el muro del Convento de Santo Domingo de Bonaval en Santiago de Compostela (España), mi ciudad, la casualidad hizo que mi pie tropezara y desprendiera una piedra que dejó a la vista una pequeña cavidad. Con la curiosidad inherente a mi preadolescencia introduje la mano en ella y descubrí lo que sería la primera pieza de mi colección. Era una pistola, o mejor dicho, los restos de una pistola que por su lamentable estado bien pudiera llevar allí escondida más de cien años.
Me quedé maravillado mirándola, con la sensación de que en mi mano reposaba una importante parte de la Historia; seguro que había dirigido ejércitos y encabezado decenas de revoluciones. Al llegar a casa comencé mi primera "restauración"; la cocina se convirtió en un improvisado taller y, como útiles para tan delicada empresa contaba con tan sólo un cuchillo de cortar fiambre, un destornillador, un trapo y un limpia metales. Entonces, no sabía que se trataba de una pistola de cañones paralelos del sistema Lefaucheux perteneciente a mediados del siglo XIX, ni tampoco que era el comienzo de una colección que continuo con gran afición.
Como todo principiante, cualquier objeto que tuviera relación con las armas era digno de integrarse en mi incipiente y poco nutrido conjunto, donde primaba más la cantidad que la calidad, y que mostraba con orgullo a cualquiera que tuviese la más mínima curiosidad sobre el tema.
Contaba con tan sólo 13 años cuando cobré mi primer sueldo. Recuerdo como salí disparado a pagar aquel revólver que desde "algún tiempo atrás" me tenía reservado un anticuario de la parte antigua de la ciudad. Me costó 350 pesetas, lo equivalente a dos semanas de trabajo en el almacén de coloniales de mi familia.
Con el tiempo seguí aumentando la colección, seleccionando y desechando lo que mi bolsillo no se podía permitir -la economía de un estudiante no da para grandes dispendios- y frente a esta cruda realidad, la suerte, la paciencia de mis acreedores y mi tesón, lograron solventar la enorme barrera económica que significa comenzar en la adolescencia una colección relacionada con el mundo de las antigüedades.
He dedicado desde aquel casual zapatazo, más de cuarenta años al estudio de las armas antiguas; su técnica, su historia y sus anécdotas, y pretendo con esta Web compartir los conocimientos adquiridos sobre ellas, omnipresentes para bien o para mal en todos los grandes acontecimientos de la Humanidad.
Quiero acabar con esta presentación con una frase de León Tolstoi, pues en ella me apoyé para conseguir todos los logros de mi vida.
“El secreto de la felicidad no se encuentra en hacer siempre lo que uno quiere, si no en amar lo que uno hace”
Un abrazo y a disfrutarla.
Jesús Madriñán
1 de enero de 2007